Mami, a ustedes no las entiende nadie
(Capacidad de compartir, caridad)
- Ay Armando, la frase es tan vieja como el mundo. ¿Pero a qué te refieres ahora?
- A lo que te tiene funcionando toda esta semana. A los disfraces de los niños pobres
- ¿Y qué ve en esto de raro, el joven de avanzada?
- Y el viejo desactualizado -interviene el papá- porque en este caso yo estoy de acuerdo con él.
- Me veo por primera vez en situación de minoría -dice la mamá-. Y como tal pido explicaciones.
- Lo voy a poner en lenguaje comprensible al grupo que representas mami. Si los niños son pobres, se supone que necesitan panela, carne, arroz, vestidos, vivienda…
- Claro -dice el papá- la lista es larga y no incluye los disfraces .
- La lista es masculina y no incluye por supuesto el derecho que esos niños pobres tienen a la ilusión, a la alegría, a la fantasía, a un paréntesis en la dura realidad.
- Oyela, papi -dice Armando- ¿ves cómo las mujeres no tienen en cuenta las prioridades?
-¿Y quién se puede declarar doctor en prioridades? Pero ante todo dejemos eso de hombres y mujeres. Aun los jóvenes más en la onda están tarados de machismo. Por favor, hijo, hablemos de personas.
- Está bien, mami. Capitulamos…
- Pensemos más bien -dice la mamá- en qué es más importante: Si la medicina sobre la mesa del enfermo, o el apretón de manos de quien vino a visitarlo. Si el billete de diez mil pesos, o la muñeca que alegra el tugurio. Nadie puede decirlo.
- Te entiendo, admite Armando.
- Por eso, si alguien necesita el mundo mágico del disfraz, es quien a diario se viste de pobreza.
- Me convenciste, mami, ¿en qué te colaboro?
-¿Un arquitecto es un diseñador, o me equivoco?
- Eso quiere decir que me pides ideas para un disfraz. ¿Qué tal un Pinocho?
- Regio.
- Yo te fabrico la nariz de cartón.
- Y yo -dice el papá- financio el proyecto
- ¡Qué dicha! Vamos a darles a unos pequeños eso que les quitando la vida moderna: La infancia. El derecho a ser niños de tiempo completo. Con todo lo que eso supone de libertad, de magia, de despreocupación.
- Claro, mami, que sería mucho mejor si juntáramos el disfraz y la panela.
- Todavía mucho más, hijo, si esto que vamos a lograr como situación excepcional, fuera la normal de nuestra sociedad. - Pero lo malo -dice el papá- es que esto del día de las brujas es puro negocio.
- No para nosotros, Jaime. Le estamos inyectando a una celebración de origen extranjero nuestras preocupaciones, nuestro estilo, nuestra forma de alegría y el deseo de hacer felices a otros.
- Mami tiene razón, papi. Deja por un momento la seriedad y dale permiso al niño que todos llevamos adentro. Mami va a fabricar sus disfraces, les vamos a abrir a esos niños las puertas de esta casa, les vamos a regalar un mundo nuevo. ¡Los vamos a hacer felices por unas horas!