Lucas, levántate que ya es hora
(Afecto, responsabilidad)
- Yo no me voy a levantar
- ¿Cómo?, si tienes que ir al colegio.
- Yo no voy a ir al colegio.
- ¡No faltaba más! Vas al colegio porque vas…
- ¡No-voy-a-ir-al-colegio!
- ¿Qué te pasa, estás enfermo?
- No.
- ¿Te sucedió algo ayer con el profesor?
- No.
- Entonces ¿por qué no vas a ir?
- Luis se tapa con las cobijas y no contesta.
- Siento mucho, hijo - dice la mamá cogiéndolo del brazo- pero te vas a levantar.
- Luis se resiste y estalla en llanto..
- Algo te pasó - dice la mamá abrazándolo- ¿por qué no me cuentas?
Lucas sigue llorando sin consuelo.
- Dime qué es. Tú sabes que mami te quiere y no te va a regañar. ¿Hiciste algo malo?
- Noo… Es que…
- ¿Es que qué?
- ¡Es que - estalla por fin Lucas- todos los niños de la clase tienen papá y yo no!
La mamá hace un esfuerzo por contener las lágrimas.
- Claro que tienes papá. Lo que sucede es que no está aquí.
- Y ¿por qué los otros papás sí están?
- Pues porque viven juntos… Tú sabes…
- Sí, yo sé. Pero ¿por qué me tuvo, si se iba a ir?
- Mi amor, él no sabía. Son cosas que pasan.
- ¿Y por qué me tenían que pasar a mí?
- Lucas, todo el mundo tiene problemas. A otros niños se les muere la mamá, o nacen con algún defecto o…
Lucas se tapa los oídos.
- ¡No quiero oír -grita- no quiero oír nada!
La mamá insiste, ayuda, consuela. Pero hay algo que no puede hacer y es producir un papá, tenérselo a su hijo ahí presente.
Más tarde llega Clara Lucía.
- Mami, peleé con Alberto. Se pasó toda la tarde hablando con Maritza y no me determinó.
- Mi amor, es natural que tenga otras amigas.
- ¡Claro! Un día le gusta una y al día siguiente otra. Así son todos mami, igualitos.
- Otra insegura…
La mamá reza y espera. Tal vez el tiempo, sus esfuerzos de cada día… De todos modos lo otro era peor. Seguirá luchando. No espera que los colegios, donde sus hijos dan bajo rendimiento, ni cuantos dan por ahí recetas hechas, puedan entender. Sólo quienes han vivido la situación pueden medirla en su impotencia y en su soledad.
Pero quisiera que todo niño y niña en el mundo pudiera oír - ya fuera de noche- unos pasos seguros y familiares y exclamar con toda el alma: ¡Llegaste, papi!