¡Niños, a comer!
(Autoridad, obediencia)
- Los estamos esperando, insiste el papá.
- Niños, por última vez. Vengan a comer.
- Mami…
-¿Qué, Martín?
- Es que yo no tengo hambre.
- Ni yo tampoco, dice Juan Carlos.
- Y a mí me da pereza, termina Natalia.
El papá se para ya ofuscado:
- Se me sientan aquí inmediatamente. Es una orden.
- Papi, pero…
- Nada de pero. Sírvete.
- No soy capaz.
-¿No eres capaz? Y tienes diez años y desde esta mañana no has hecho más que jugar correr y brincar. No me digas que no tienes hambre.
- No.
- Pues todos se me toman la sopa.
- ¡Ay, mami, no!
- Ya sé que pasa. No han hecho más que comer mecato.
Silencio.
- Está bien. Cada uno se va a su cuarto hasta que yo diga. Y esto lo vamos a arreglar.
Al día siguiente, hora del desayuno.
-¿Qué es esto, mami?
- Paleta de limón y chicles.
- ¿Al desayuno?
- Sí, jovencitos, y para todos.
- Mami — pregunta Natalia- ¿éste es el almuerzo?
- Claro, menú juvenil: bolis, chitos y masmelos.
- ¿Qué es esto papi? ¿La comida?
- Claro, Martín. Resolvimos complacerlos: Chokis, yoghurt de fresa y papitas. Y si alguien queda con hambre, hay chicle de bomba y paleta de la que sobró del desayuno. Están en la nevera.
Son las diez de la noche y los tres, Martín, Juan Carlos y Natalia se aparecen al cuarto de los papás.
- Papi, me duele el estómago y quiero comer comida.
- Yo también, dice Juan Carlos. Ya entendimos.
- Yo no, dice Natalia.
- Está bien. Ustedes dos vayan a ver que encuentran y desde mañana se me organizan, si no quieren que les vuelva a pasar lo mismo.
- Tú Natalia - dice la mamá - vas a comer como todo el mundo.
- Pero es que a mí me sigue gustando el mecato.
- Eso para la media mañana y el algo. Cuando hayas comido como se debe. ¿Entiendes?
- Bueno. Si no hay más remedio…
- ¿Ves cómo sirvió el experimento, Elena? Los hombres se entregaron y con Natalia… un dulce arreglo.